domingo, 14 de junio de 2009

RELATO


DESAYUNO CON PAPELES


Para mí el día comienza a las 2 de la tarde, cuando termina mi relajado desayuno compuesto por té -apurado lentamente- y una sencilla tostada. Un desayuno acompañado también por diversas lecturas, casi siempre poéticas. Nunca faltan a la cita Rilke, Dickinson, JRJ y algún poeta chino. Es agradable sentarse con ellos en medio de las plantas, que parecen engordar también con la lectura, porque cada vez ocupan más espacio y apenas queda sitio en la mesa para la bandeja y los libros.

Abajo se oye el tráfico constante, aunque la enorme acacia que se asoma a la terraza, hace de barrera protectora contra el asfalto.

Previamente funciono como un autómata, haciendo camas, atendiendo estridentes llamadas telefónicas o acudiendo al banco 10 minutos antes de que cierre para tratar algún asunto urgente que, en mi estado nebuloso, apenas entiendo, mientras el empleado de turno traza esquemas de porcentajes y plazos en un papel, que miro con los ojos empañados, como si aún deambulase por los sueños. Él no sabe que a esas horas me siento igual que cuando él madruga para entrar a las 8. Él cumple con el horario que le impone su trabajo, yo cumplo con el que impone mi cuerpo.

Una vez resueltos los asuntos incómodos, regreso a la lectura. En la calle disminuyen los ruidos. Los comercios cierran y la gente se retira para comer, mientras yo me relamo con algún delicioso verso, como este de Wan Wei:

Para mi vejez solo deseo tranquilidad

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